miércoles, 27 de julio de 2011

Agricultura, Alimentacion y Poblacion en Peten (Don S. Rice)



La primera evidencia confiable y consistente de poblaciones agrícolas en Petén data de aproximadamente 2,900 a 2,850 años; y proviene de restos arquitectónicos y de cerámica dejados en aldeas de grupos agrícolas muy antiguos que, al parecer, por presiones demográficas, abandonaron sus hogares en el Altiplano y se trasladaron hacia las Tierras Bajas, al norte, siguiendo las rutas de los ríos.

Es muy dudoso que estas migraciones estuvieran confinadas a una época, a un grupo dialectal o a un solo origen. Después de comparar exhaustivamente las primeras muestras de cerámica maya y de correlacionar la cerámica de las Tierras Bajas con materiales contemporáneos de áreas del Altiplano, de las que se conocen los grupos lingüísticos, E. Wyllis Andrews V propuso dos caminos iniciales para el poblamiento de Petén. El primero fue una intrusión de un grupo hablante de zoque, no maya, procedente del este de Chiapas, o talvez de Alta Verapaz, que se dirigió a un terreno escasamente poblado de las riberas del Río de La Pasión. La segunda ola fue de hablantes de maya, procedentes del Altiplano Norte de Guatemala, quienes cruzaron el norte de Petén para finalmente asentarse en la región norte de Belice. Después de estos primeros movimientos poblacionales hacia Petén, a través del comercio mantuvieron relaciones con las Tierras Altas de Chiapas y de Guatemala. Al aumentar la población, Petén se convirtió en el hogar de un número cada vez mayor de aldeas agrícolas. Andrews planteó la hipótesis de que hace 2,700 años las poblaciones zoques del Río de La Pasión tuvieron contactos sustanciales con grupos de Petén, hablantes de maya, y que fueron asimilados o desplazados por estos últimos.


Agricultura de Quema y Roza

La primera información registrada, acerca de la agricultura nativa de Petén, no provino de los restos arqueológicos de los asentamientos iniciales, sino de los informes de los primeros europeos que, en los siglos XVI y XVII, se encontraron con poblaciones mayas relativamente pequeñas, localizadas en la región de los lagos del centro de Petén. Dichos informes fueron el viaje de Hernán Cortés en 1525, los posteriores esfuerzos misioneros de Fray Bartolomé de Fuensalida y Fray Juan de Orbita, en 1618 y 1619, Fray Andrés de Avendaño y Loyola, en 1695, Fray Agustín Cano, en 1696, y el ataque final del General Martín de Ursúa y Arismendi, en 1697. Además de registrar los eventos políticos de las 'entradas' españolas y de la conquista y pacificación de las poblaciones nativas, las fuentes etnohistóricas dan algunos datos respecto de las prácticas agrícolas del período del contacto inicial con los mayas.
Al parecer, durante los siglos XVI y XVII, el sistema agrícola que prevalecía en Petén, para el maíz y los cultivos que se le asocian, era la técnica de quema y roza. Las referencias a dos y hasta tres cosechas de maíz por año sugieren que, por lo menos en la región, pudieron contar con una agricultura más intensiva (en el sentido de aumentar el trabajo y la frecuencia de la cosecha; por ejemplo, al obtener en un terreno varias cosechas al año). Aparentemente, los campos agrícolas o milpas de los alrededores del Lago Petén Itzá también tenían una mezcla de productos cultivados y no cultivados, los cuales eran complementados por huertos en que se cultivaban frutas, vegetales y otra variedad de plantas, cerca de las residencias. Asimismo, en Yalaín (el actual Macanché) Avendaño y Loyola notó la presencia de otros tipos de huertos en donde se cultivaba cacao.
Al parecer, la agricultura de quema y roza, basada en el maíz, era suficiente para aquella población. Los estudios etnográficos actuales acerca de este tipo de agricultura señalan que, por lo general, a fines de mayo los agricultores cortan y queman una porción del bosque, justo antes del inicio de la temporada lluviosa. Esta técnica de limpiar el terreno provee una superficie limpia para sembrar, reduce las pestes y libera los nutrientes del suelo remanentes de la vegetación forestal. En estos campos los agricultores siembran maíz, frijol, calabaza y talvez otros cultivos complementarios usados en la subsistencia y para otras necesidades. Después de uno o dos años de sembrar en el mismo terreno, la cosecha se reduce por la extracción de nutrientes, la compactación o la erosión de los suelos y la competencia de las malas hierbas. Los agricultores abandonan el terreno, lo dejan en barbecho, y se trasladan a otro lugar para repetir el proceso de cortar, quemar y cultivar. La fragilidad inherente del ecosistema tropical provoca el rápido deterioro de los campos de cultivo. Por las temperaturas altas, la cantidad de precipitación pluvial y su delgadez relativa, los suelos tropicales pueden ser bastante fértiles, pero no son eficientes para conservar nutrientes, como otros tipos de bosque. El hecho de cortar los árboles, ya sea para agricultura, construcción o explotación maderera, provoca la exposición del suelo al sol y a la lluvia, lo cual altera profundamente la estructura del suelo y el flujo de agua. Es más, disminuye la capacidad, ya bastante limitada, del ecosistema para almacenar y movilizar los nutrientes. Como resultado, los ambientes tropicales resultan incapaces de ser usados en una producción sustancial continua y a largo plazo. Sin embargo, durante el período de barbecho, el campo agrícola vuelve a reponer su vegetación natural y la sucesión continúa hasta que se vuelve a restablecer un bosque completo, o hasta que los humanos intervienen de nuevo. El período de barbecho rejuvenece los suelos y reconstruye su contenido orgánico y rico, que se caracteriza por una estructura abierta y buena permeabilidad, ya que logra capturar nutrientes de los subsuelos, reciclándolos y dirigiéndolos a la vegetación en pie. Los agricultores pueden regresar al campo anterior y reiniciar las actividades de cortar, quemar y sembrar, con la esperanza de obtener una productividad alta y renovada. Por lo tanto, la agricultura de quema y roza se basa en procesos naturales, a fin de mantener la fertilidad del ambiente y el potencial para una producción de subsistencia a largo plazo. Sin embargo, es un sistema extensivo que requiere que cada familia tenga una cantidad considerable de tierra en descanso. Según las condiciones locales, se ha establecido que con un sistema de barbecho completo, basado en un cultivo principal, como el maíz, se puede mantener una población de 60 a 100 personas por km2.


Agricultura Intensiva en las Tierras Bajas Mayas

A principios de la década de 1970 se encontró prueba firme sobre la existencia de agricultura intensiva entre los mayas prehispánicos. Esta se obtuvo en los alrededores del Río Candelaria, en Campeche, México, al norte de Petén. Alfred Siemens y Dennis Puleston informaron de la existencia de campos elevados en las porciones más altas y más secas del pantano. La investigación de la naturaleza de dichos campos indicó que se construyeron para permitir la siembra en un área que, de otra manera, hubiera sido imposible, por las pobres condiciones de drenaje del suelo. También, dentro del área del Río Candelaria, se encontraron cientos de canales antiguos que parecían haberse comunicado desde el río con los campos y asentamientos. Sin embargo, no fue posible fijar fechas específicas ni de la contemporaneidad de los campos elevados ni del uso de los canales.
Al revisar la información de Candelaria, J. Eric S. Thompson señaló que muchos de los canales parecían dar acceso a terreno pantanoso y no a campos. Por ello sugirió que pudieron servir como pesquerías o refugios de peces para ser recolectados durante las estaciones secas. El abastecimiento de peces sería renovado con el rebalse anual de los pantanos y los peces se abrigarían en las partes más profundas de los drenajes artificiales.
La naturaleza agrícola de las construcciones que los mayas realizaron en regiones pantanosas ha sido confirmada por el descubrimiento y la investigación de extensos sistemas de campos en Albion Island y Pulltrouser Swamp, al norte de Belice; en el valle superior del Río Belice; en los Bajos Morocoy y Acutuch, en Quintana Roo, México; y en Río Azul, Petén; así como en la región mexicana del Río Candelaria. Además, en 1981, con la aplicación de la técnica de sensibilidad remota y el Laboratorio de Propulsión a Jet, a cargo de Richard E.W. Adams, Walter Brown, Jr. y T. Patrick Culbert, se indicó la existencia de 125,000 a 250,000 hectáreas de campos, en Belice y Petén. Sin embargo, falta confirmar la mayor parte de sistemas agrícolas que aparecen en las imágenes.
Los sistemas de campos y canales permiten expander las áreas de cultivo al incorporar zonas inundadas, tales como depresiones de drenajes internos (bajos) y áreas aledañas a lagos o ríos. Estas zonas no son aptas para la arquitectura, por lo que no compiten con la urbanización. Las construcciones de canales y campos proporcionaban un medio improvisado para cultivar, en el cual lo esencial era el reciclaje de los suelos anegados. En otras palabras, los suelos intactos se drenaban por medio de canales o se excavaban y apilaban en una plataforma que facilitaba el drenaje, y el agua se recogía en los canales adyacentes que existían para tal fin. Los campos podían extenderse desde el suelo más alto de las orillas de las depresiones, playas lacustres y bancos de los ríos, o se situaban en el centro de zonas pantanosas por medio de agua acumulada. Se cree que la variabilidad en la construcción y ubicación de los campos reflejaba la comprensión de la variación estacional, en cuanto a los regímenes de humedad y la probabilidad de programar más de un cultivo anual. En los campos más altos y secos era posible cosechar durante la temporada lluviosa, mientras que las siembras que se recogían en la estación seca se localizaban en los canales más altos o en los campos elevados colocados en el interior de las depresiones.
Las terrazas agrícolas constituían una segunda técnica agrícola compleja, que implicaba una producción intensiva de subsistencia. En la década 1930 se informó sobre la existencia de sistemas de terrazas en las elevaciones centrales de Belice, pero, por el contexto de las ideas que prevalecían en ese momento acerca de la agricultura maya prehispánica, fueron consideradas como anomalías o adaptaciones de subsistencia locales, posiblemente posteriores al Colapso Clásico. En la década 1970 se registró la presencia de extensos sistemas de terrazas prehispánicas en el sureste de Campeche y Quintana Roo, México. Sin embargo, al igual que en las Montañas Mayas, de Belice, en las regiones densamente pobladas del centro de Petén y en las regiones relativamente montañosas, situadas al sur, es difícil encontrar sistemas de terrazas y su existencia ha permanecido como un asunto un tanto dudoso.
En los mapas se aprecia que las terrazas eran notorias en terrenos elevados y en los descensos graduales del drenaje exterior, donde controlaban el movimiento de materiales y agua que descendían de la montaña. De esta manera, evitaban los efectos de la erosión y el deslave químico, además de construir suelos más gruesos. Las terrazas también facilitaban que el fósforo de los suelos se mantuviera en el mismo lugar y no se lavara el área de cultivo. Esto permitía que, durante un período de varios años, hubiera un lento desprendimiento de iones de fósforo procedentes de los componentes insolubles y que se dirigieran hacia la solución del suelo. Por lo tanto, por medio de la preservación de los componentes del suelo y de sus nutrientes, las terrazas prolongaban la viabilidad de la tierra, e incrementaban la cantidad de ésta que podía ser cultivable.

Fuente: Enciclopedia de Guatemala

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