jueves, 4 de agosto de 2011

Los Pipiles






Es lamentable que los pipiles hayan sido casi olvidados en las investigaciones sobre la prehistoria e historia de Guatemala. Por lo general, se mencionan simplemente como un pueblo extinguido del que se sabe muy poco. El nacionalismo guatemalteco se identifica más con lo maya, y, por lo tanto, los estudios sobre los pipiles han sido relegados a un segundo plano.


En El Salvador, el patrimonio pipil ha sido reconocido y aceptado más ampliamente, pero la investigación sobre ese pueblo se ha hecho difícil porque no se ha aplicado una metodología adecuada que combine los métodos de la Historia con los de la Arqueología científica. Los arqueólogos no trabajan directamente con los datos históricos, y los historiadores no tienen conocimiento directo de los datos arqueológicos. Mientras perdure tal situación, los avances en el conocimiento de los pipiles antiguos serán lentos. El mismo argumento se aplica a todos los pueblos protohistóricos del Nuevo Mundo. Lo que hace falta es un diseño de investigación integrado, que combine los dos campos citados, para poder formular mejor las cuestiones que merecen ser investigadas y llegar a conclusiones mejor fundamentadas. Tal acercamiento es más costoso en términos de tiempo y de fondos para la investigación, pero no hay duda de que los resultados que se obtienen justifican tales inversiones


Este ensayo trata de presentar un resumen de la cultura pipil en Guatemala y El Salvador en la época de la conquista española. Los pipiles fueron grupos de lengua náhuat cuyos antepasados se trasladaron de México a Centro América en una serie de migraciones realizadas del siglo X al XIII. En la época de la Conquista se encontraban grupos de lengua náhuat en todos los actuales países de Centro América, pero los pipiles habitaron, en su mayoría, la zona del sudeste de Guatemala y las regiones occidental y central de El Salvador (Ilustraciones 296 y 297). Lyle Campbell estima que unos 2,000 hablantes del náhuat viven ahora en el occidente de El Salvador.


Las Migraciones

Desde mediados del siglo pasado los estudiosos han abordado el problema de la reconstrucción histórica de las migraciones pipiles. Estos intentos tempranos de resolver dicho problema se basaron principalmente en los datos históricos y lingüísticos, pero estuvieron limitados por la falta de datos arqueológicos pertinentes. Posteriormente, después de lograr un entendimiento básico de las secuencias culturales prehispánicas de la Costa Sur de Guatemala y de El Salvador, los especialistas pudieron sugerir reconstrucciones especulativas de las migraciones que vincularon la Arqueología de México con la de Centro América. Sin embargo, los datos arqueológicos en que se basaron estos esquemas fueron poco precisos. Aunque es indudable que las migraciones ocurrieron, hay que admitir que aún se sabe muy poco sobre los desplazamientos de los pipiles.
El siguiente resumen se basa en una correlación de datos históricos, lingüísticos y arqueológicos, los cuales se han presentado en detalle en otra parte. Hay que hacer hincapié en que todavía faltan muchos datos necesarios para desenredar el complejo problema planteado.
La gran metrópoli de Teotihuacan, en el altiplano central de México, obviamente tuvo influencias en el sudeste de Mesoamérica, durante el Período Clásico Medio (400-700 DC), pero los pipiles arribaron a Centro América en una época posterior al auge de aquella urbe. Por lo tanto, aunque es posible que el colapso de Teotihuacan causara movimientos de grupos de lengua náhuat, es muy dudoso que éstos hubieran podido llegar a Centro América, como mantuvieron Stephan F. de Borhegyi y Wigberto Jiménez Moreno. Es preciso mencionar también que ni siquiera se ha demostrado que se habló el náhuat en Teotihuacan durante el Clásico. Los intentos de vincular a los pipiles con Teotihuacan son, pues, engañosos. Al contrario de muchas aseveraciones, la cultura o estilo artístico de Santa Lucía Cotzumalguapa, del Clásico Tardío (700-900 DC, Ilustraciones 80-84), no tiene nada que ver con los pipiles. Este error tuvo su origen en el hecho de que Cotzumalguapa fue una zona predominantemente pipil en la época colonial. Los elementos iconográficos de la escultura de Cotzumalguapa sí reflejan influencias del altiplano central y de la Costa del Golfo de México, pero no hay evidencia convincente sobre una afiliación náhuat de Cotzumalguapa. Lo más probable es que fueran los pipiles quienes causaron la caída final de la cultura Cotzumalguapa, alrededor del 900 DC.
Las primeras migraciones pipiles que llegaron a Centro América deben fecharse en el Postclásico Temprano (900-1200 DC), y estuvieron íntimamente vinculadas al pueblo tolteca en México. Durante la primera parte de ese período se produjeron asentamientos en El Salvador, como Cihuatán y Santa María, en la cuenca de El Paraíso o región Cerrón Grande, los cuales tienen un complejo cultural fuertemente asociado con el de Tula, Hidalgo, durante la Fase Tollan. Otros sitios de El Salvador, como Tacuscalco, cerca de Izalco; Punta Las Conchas, en la orilla del Lago de Güija; Cerro de Ulata, en la costa del Bálsamo; y Loma China, en la región del embalse de San Lorenzo, muestran complejos culturales relacionados, que indican plena participación en el mundo de los toltecas. Se trata de una invasión o una serie de invasiones a las regiones central y occidental de El Salvador por grupos de lengua náhuat. Las migraciones se iniciaron en el altiplano central de México, y pasaron por la Costa del Golfo de México y el Istmo de Tehuantepec. Después de establecerse en El Salvador, los pipiles mantuvieron los nexos comerciales con México y Yucatán.
Es preciso señalar que no hay ningún indicio, en la Costa Sur de Guatemala, de presencia pipil durante el Postclásico Temprano. Los reconocimientos intensivos y extensivos realizados por Frederick J. Bove en la zona de Escuintla, han hallado poca evidencia de ocupación de la región durante dicho período. Aparentemente, después de un colapso de la población, al final del Clásico, esta zona estuvo despoblada hasta el Postclásico Tardío.
Si se toma en cuenta la ausencia general de asentamientos en la Costa Sur de Guatemala, durante el Postclásico Temprano, el mero hecho de que Itzcuintepec (Escuintla) fuera un centro pipil importante en la época de la Conquista, indica que las migraciones pipiles continuaron durante el Postclásico Tardío (1200-1524). Un posible sitio pipil de esa zona, asentado durante dicho período, es Carolina, en el sur de La Gomera. Los pueblos pipiles de Guatemala conocidos históricamente, como San Miguel Teguantepeque, Santa Ana Mixtán, San Juan Mixtán, Texcuaco, y Masagua, probablemente fueron establecidos también durante la última etapa de migraciones pipiles a Centro América 
Aunque se suele decir que la 'diáspora' de los toltecas, a mediados del siglo XIII, provocó la última serie de migraciones pipiles, y especialmente la llegada de los pipiles nonoalcas a El Salvador, se carece de la evidencia arqueológica que confirme la migración de los nonoalcas a Centro América. La principal evidencia que apoya esta tradición es de naturaleza toponímica y consiste de algunos paralelos llamativos entre la región nonohualca de Puebla, México, y las zonas central y occidental de El Salvador. Aunque estos paralelos son intrigantes, es igualmente posible que los antecesores de los grupos pipiles que los españoles encontraron en El Salvador, en el siglo XVI, hubieran estado allí desde el Postclásico Temprano. Sin embargo, no se descarta la posibilidad de que los nonoalcas penetraran en territorio de El Salvador en el siglo XIII. Es posible que Cuscatlán, uno de los 'Estados' más poderosos en la periferia sudeste de Mesoamérica, fuera un centro nonoalca. En su reconocimiento de la zona del Antiguo Cuscatlán, probablemente la verdadera ubicación de Cuscatlán, Paul Amaroli encontró restos de asentamientos fechados en el contexto del Postclásico Tardío, pero ninguna evidencia de ocupación durante el período anterior.

Estructura Social

El siguiente resumen de la estructura social de los pipiles se basa en los datos etnohistóricos presentados por William R. Fowler, Jr. Las fuentes principales son Francisco Antonio de Fuentes y Guzmán y Diego García de Palacio.
La sociedad pipil se dividía en tres estamentos o estratos: nobles, plebeyos y esclavos. La afiliación a cada uno era por lo general hereditaria, pero los cargos de alto rango requerían confirmación. Era posible la movilidad ascendente a través de la realización de hazañas guerreras: un plebeyo podía distinguirse en la guerra y lograr la condición de noble. Los nobles tenían altos puestos políticos o religiosos. Fueron caciques, miembros del tatoque (consejo), capitanes de guerra y sacerdotes. Los plebeyos eran agricultores, cazadores, pescadores, soldados, comerciantes y artesanos. A los esclavos, generalmente cautivos de guerra, se les usaba como mano de obra, y a menudo fueron víctimas de sacrificio.
Los linajes nobles eran un rasgo importante de la estructura social de los pipiles. El mismo nombre pipil, del náhuat pipiltin, plural de pilli (noble), debe entenderse como una referencia a los linajes nobles. Tal como en el centro de México, los linajes nobles de los pipiles tenían funciones económicas y políticas que desempeñaban un papel esencial en la estratificación social. El jefe titular controlaba las tierras del linaje como propiedad corporativa, las cuales distribuía entre los nobles y plebeyos que dependían de él a cambio de tributo y servicio personal.
Parece que en muchos casos los linajes nobles entre los pipiles coincidían con los calpultin. El término calpulli tenía muchos significados entre los antiguos pueblos mexicanos. Generalmente un calpulli era una unidad político administrativa de tamaño variable, que no necesariamente estaba asociada al parentesco. En la región toltecachichimeca de Cuauhtinchan, en el valle de Puebla, el calpulli fue un tipo específico de unidad social que tenía tierras en común, que estaba estratificado internamente de acuerdo con el parentesco y era dirigido por un señor mayor del linaje.
Una situación semejante parece haber prevalecido entre los pipiles. El pueblo de Caluco, El Salvador, por ejemplo, estaba dividido entre cinco calpultin, cada uno con su propio cacique o cabeza titular. Casi todas las familias nucleares tenían huertas de cacao, que probablemente se les habían asignado antes de la Conquista en el contexto del calpulli.

Nivel de Organización Política

Los conquistadores españoles encontraron en Guatemala una serie de sociedades indígenas basadas en la producción de un excedente económico. De acuerdo con la terminología de Elman Service, se podrían llamar 'cacicazgos' a algunas sociedades pipiles de Guatemala, mientras que sería, quizás, más apropiado, referirse a otras unidades políticas pipiles, especialmente a Cuscatlán, como Estados. Kalervo Oberg talvez los hubiera llamado a todos 'cacicazgos organizados políticamente'. Lo que hace difícil la asignación de estas sociedades a una u otra casilla evolutiva, es el hecho de que representan un rango continuo de variabilidad de la complejidad cultural, en lugar de los tipos ideales de las clasificaciones etnológicas.
Según Robert Carneiro, tres criterios mínimos distinguen los Estados de los cacicazgos. Los primeros tienen el poder de reclutar para la guerra y las obras públicas, imponer y cobrar tributos, y decretar y hacer cumplir las leyes. Kent Flannery está de acuerdo: '...mientras los ciudadanos individuales deben abstenerse de la violencia, el Estado puede trabar la guerra; también puede reclutar soldados, recaudar impuestos, y exigir impuestos'. Los cacicazgos organizaban los ejércitos y los proyectos de trabajo comunal por medio del parentesco, pero no podían reclutar guerreros y trabajadores. Los caciques recibían el tributo, pero no tenían el poder político o militar de recaudar impuestos. Por ende, los cacicazgos no tenían leyes, ni los medios de fuerza institucionalizada para que éstas entraran en vigor, en caso de existir.
Principalmente, a partir del estudio de los datos de Fuentes y Guzmán, de acuerdo también con algunas fuentes históricas del siglo XVI, como Pedro de Alvarado, Diego García de Palacio, y de algunos documentos de archivos, como la Relación Marroquín, las tasaciones de tributos de Alonso López de Cerrato y ciertas 'probanzas de méritos y servicios' de los conquistadores, que proporcionan retazos de datos sugestivos, puede llegarse a la conclusión de que las unidades políticas pipiles de Itzcuintepec, Jalpatagua, Mita, Izalco y Cuscatlán satisfacen los criterios para clasificárseles como Estados.

Economía Política

Se les clasifique como integrantes de cacicazgos o de Estados, los pipiles antiguos tenían un modo tributario de producción. Los datos tampoco son claros ni abundantes, pero se puede suponer que la capacidad de pagar el tributo a los españoles, en la época colonial inicial, inmediatamente después de la Conquista, refleja una economía tributaria prehispánica. Después de la pacificación de la región, los pueblos pipiles pagaron tributo a sus encomenderos en cacao, algodón, mantas, maíz, chile, frijoles, miel, pescado y sal.
La élite gobernante controlaba el uso de la tierra. Los linajes nobles (que, como ya se dijo, muchas veces coincidían con los calpultin) sirvieron como la institución de tenencia de la tierra. Era privilegio del soberano asignar el uso de la tierra comunal a los jefes de linajes. Cada uno de éstos tenía sus plebeyos y esclavos para trabajar las tierras.
El intercambio regional e interregional fue sumamente importante entre los pipiles. Extrapolando datos de documentos tales como la Relación Marroquín, de 1532, y las tasaciones de tributos de Alonso López de Cerrato, de 1548-1551, se pueden obtener patrones regionales de una producción especializada que podía haber sido un estímulo fuerte para el intercambio. Por ejemplo, algunos pueblos de la provincia de Cuscatlán, como Cojutepeque, Cuscatlán y Ateos, fueron importantes por su producción de maíz, y algunos de ellos cultivaban el maíz para cambiarlo por otros productos. Otro cultivo muy destacado en los pueblos de Cuscatlán fue el algodón. En comparación con Cuscatlán, en las provincias de Izalco y Escuintla se producía relativamente poco maíz y algodón. Pero los pueblos de estas provincias se especializaban en cacao. Es interesante observar que en 1549 los pueblos de Izalco (15 encomiendas) pagaron 3,700 xiquipiles (32,190 kg) de cacao y los de Escuintla (19 encomiendas) 1,595 xiquipiles (13,877 kg), mientras los de San Salvador (86 encomiendas) pagaron solamente 739 xiquipiles (6,429 kg). Un xiquipil equivalía a 8,000 granos de cacao, y tres xiquipiles conformaban una carga, o aproximadamente 50 libras. Los pueblos de la provincia de Izalco que pagaron el tributo más alto en cacao fueron Izalco, Caluco, Naolingo y Tacuscalco.
Con respecto al comercio interregional, se puede especular, con las reservas consiguientes, que en el Postclásico Tardío los pipiles de Cuscatlán producían un excedente de algodón, el cual, junto con tejidos, como mantas y toldillos, se cambiaban con los pipiles de Izalco y Escuintla para obtener cacao. Otros productos comerciales, como la sal y el pescado seco, también demuestran patrones de producción especializada regional, y talvez eran llevados por mercaderes de una provincia a otra.

Religión

Como en el caso de la estructura sociopolítica, la religión pipil muestra muchas semejanzas con la de los aztecas. Los pipiles tenían un sacerdocio especializado, que consistía de varios rangos. Según García de Palacio, los pipiles de Mita tenían un 'papa' (sacerdote supremo) que llamaban tecti (teucti, equivalente al azteca teuctli), quien usaba una vestidura azul y un tocado con plumas de quetzal. El sacerdote segundo tenía el titulo tehuamatlini, y era 'el mayor hechicero y letrado en sus libros'. Cuatro sacerdotes auxiliares, a los que se referían como teupixqui, ayudaban en las ceremonias. Cada uno de ellos llevaba una vestidura de color distinto: negro, rojo, verde o amarillo. Además, tenían un 'mayordomo', que se encargaba de los sacrificios.
Los sacerdotes vivían en templos llamados teupas (teupan). Según García de Palacio, el templo mayor estaba junto a la residencia del sacerdote supremo. La Arqueología comprueba esta asociación. La excavación del centro pipil postclásico temprano de Cihuatán, El Salvador, reveló una asociación espacial entre el principal montículo, que fue la subestructura del templo mayor (Estructura P-7), y un recinto residencial de la aristocracia (el Patio Sudeste), que posiblemente funcionaba como un palacio para el sacerdote y sus dependientes.
Los dioses que adoraban los pipiles eran muy semejantes a los de los otros pueblos nahuas de Mesoamérica. García de Palacio mencionó a dos de ellos: Quetzalcoatl e Itzqueye. El segundo era una diosa madre que tenía su origen en la Costa del Golfo. García de Palacio también mencionó que los pipiles de Mita tenían un 'ídolo... señalado para la caza y pesca', probablemente Mixcoat. La Arqueología indica que Tláloc (o Quiateot) y Xipe Tótec también eran dioses de mucha importancia entre los pipiles. Las representaciones de Tláloc son comunes en piezas de cerámica con efigies, y en decoración modelada en incensarios grandes hallados en Cihuatán y otros sitios. Xipe Tótec aparece en cerámica, con efigies de tamaño natural, encontradas en Chalchuapa, el Lago de Güija, y Cihuatán. Son casi idénticas a las efigies de Xipe Tótec encontradas en el altiplano de México y fechadas en el Horizonte Mazapan, o sea, la época de los toltecas.
Los pipiles tenían un calendario casi idéntico al de los aztecas, con el tonalpohualli de 260 días y el xihuitl de 365 días. Cada día se identificaba con un número y un símbolo. La tabla de calendario que ilustró Fuentes y Guzmán muestra los glifos para los símbolos calli (casa), cuat (serpiente), suchit (flor), y posiblemente acat (caña) y tecpat (cuchillo de pedernal).
Con respecto al sacrificio humano, García de Palacio informó que los pipiles, de Mita, tenían dos tipos de ritos de sacrificio, cuya práctica dependía de que la víctima fuera de carácter doméstico o cautivo de guerra. Las víctimas domésticas eran hijos bastardos, de 6 a 12 años de edad, a quienes se sacrificaba dos veces al año: uno al principio del invierno y el otro al inicio del verano. Estas ceremonias probablemente marcaban los solsticios, y tenían un carácter muy secreto, pues sólo las observaban los gobernantes y los indios principales. Los cautivos de guerra eran sacrificados en público, con ceremonias de danza que duraban de 5 a 15 días.
Fte: William R Fowler, JR


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